sábado, 11 de diciembre de 2010

Encumbrando los 3000 metros


Ahora entiendo cuando mi abuela me decía aquello de "Hijo mío, vas a llegar muy alto en la vida". Este puente he llegado a los 3000 metros de altura sobre el nivel del mar y os puedo asegurar que la sensación allí arriba es, cuanto menos, curiosa. Con un frío intenso y un viento arrollador, las vistas compensan el esfuerzo de aguantar el tirón. Sólo el cielo está sobre tus pies, el resto queda debajo. Libertad.

Además he tenido tiempo para superar varios retos más: el primero era aprender a esquiar de verdad. Y aunque no me puedo considerar un experto, ahora puedo decir que me defiendo seriamente. Eso no significa que las pistas hayan dejado de ser una prueba para seguir mejorando, significa que el estilo y la seguridad sobre los esquís ha mejorado considerablemente. Por contra, parece que seguir subiendo el nivel conllevará alguna que otra castaña más (en mi favor he de decir que no he comido mucha nieve allí arriba...).

Aunque el mayor desafío fue la Oscuridad Blanca. Y es que por si no fueran poco los 12 grados bajo cero, las condiciones climatológicas querían hacer del esquí alpino una auténtica odisea. La niebla de los dos primeros días pintaba todo cuanto alcanzaba la vista de un color blanco poco agradable, ya que adivinar el recorrido de la pista por los palos que la delimitan sin ninguna pista adicional sobre su desnivel ni sobre los esquiadores que había 20 metros por delante hacía la experiencia trepidante.

El pueblo, a 2300 metros de altura, no te deja indiferente. Completamente nevado, con pistas de esquí atravesándolo de punta a punta y con una galería cubierta semisecreta donde encontrar refugio, es el pueblo más alto de los 3 valles. Y el alojamiento no estaba del todo mal: un retrete insertado en un armario empotrado (¡no hacía ni un metro cuadrado!), una terraza/nevera con buenas vistas y una par de sofás que hicieron las veces de cama. La intimidad no existe en 29 metros cuadrados, pero el buen humor y las risas se contagian a una velocidad de vértigo.

Y en cuanto a nosotros, la altura es aún mayor. Novatos o expertos (o yo, que me consideraba de "nivel medio"...), el listón ha quedado muy arriba. ¿Qué sería de una inolvidable aventura sin gente excepcional?


La Sonrisa de Julia, Libres (describe muy bien lo que se puede sentir a 3000 metros):

Tengo entre mis manos
el futuro de los míos.
La derrota del pasado,
el triunfo del olvido.

Luz entre mis ojos,
la mirada incandescente
del que ya no tiene miedo a la muerte.

Voy cruzando espejos de cristal,
no hay nada peor que caer en el qué dirán.
No eres tú, no eres tú, no eres tú
el dueño de mi identidad.

Lo tengo entre mis manos,
lo tengo entre mis manos...

Hoy vencerán las ganas de vivir,
las ganas de andar, las ganas de huir.
Y empezar de nuevo, sin dinero,
pero libres.


Tengo entre mis manos
el futuro de los míos,
el sabor envenenado
del más dulce de mis vinos.

Voy a interponerme
a la suerte y al destino
invitándole a la muerte
a mi último enemigo.

Bailo sobre espejos de cristal
no hay nada mejor que romper con el qué dirán.
No eres tú, no eres tú, no eres tú
el dueño de mi identidad.

Lo tengo entre mis manos,
lo tengo entre mis manos...

Hoy vencerán las ganas de vivir,
las ganas de andar, las ganas de huir.
Y empezar de nuevo, sin dinero,
pero libres.


Hoy vencerán las ganas de salir,
las ganas de estar más cerca de ti.
Y empezar de nuevo, sin dinero,
pero libres
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario