martes, 11 de enero de 2011

Escribes tú: Estatuarquía


Ya os comenté que el año 2010 dio para mucho. Y aún me posee la melancolía cuando pienso en lo que fue un gran verano. Y quizás se mezclaron realidad y fantasía y creímos volar más alto de lo que pensábamos, pero fue esa mezcla fantasiosa la que nos hizo reír y soñar. ¡Y qué más da! Hoy queda el recuerdo y, para avivarlo, esta historia "tramuntanenca" que me han enviado y que esperaba impaciente. ¡Disfrutadla!

Todo sucedió un caluroso verano en los albores del tercer milenio dC. Era una pequeña isla mediterránea, llamada la isla de los locos por los habitantes de la isla vecina por su elevada tasa de suicidios y su ingente número de lugareños peculiares. Uno de esos lugareños, precisamente, era M. M era muy querido en el pueblo, agradable y simpático, conocido por todos por su buen carácter pero también por sus excentricidades y su deseo de dejar una huella eterna, imperecedera en el mundo.

M vivía en una casa grande junto a lo que por aquel entonces, llamaban rotonda. Se trataba de una casa muy normal, con dos pisos, un garaje, un jardín…y en ella vivía con su esposa, una mujer inglesa afincada en la isla desde su infancia. Ambos disfrutaban plácidamente de la rutinaria calma del lugar, de la que, por cierto, los nativos se sienten muy orgullosos.

Esa paz sólo se veía perturbada por una cosa, la afición de M; una afición que con el tiempo se había convertido en obsesión, la obsesión de hacer terroríficas estatuas una tras otra. Se levantaba de madrugada y hacía una estatua; acababa el desayuno y hacía una estatua; comía, hacía una estatua…

Con el tiempo, su casa se convirtió en una “estatuateca” (o lugar donde se guardan estatuas), pues si no había doscientas estatuas no había ninguna. La esposa de M era presa de la desesperación, mientras era testigo del delirio de su marido quien, al cabo de los años dejó de dormir y hablar para únicamente hacer estatuas. También dejó de comer comida humana y empezó a alimentarse de la arcilla con la que daba forma a “ses seves petites”, como él las llamaba en el idioma autóctono del lugar.

Los años fueron pasando y algo terrible sucedió: las estatuas cobraron vida propia, mataron a la esposa de M y, con su “amo” a la cabeza, invadieron la isla posándose en todas sus rotondas. M siguió viviendo en su casa pero la vejez le impedía modelar más estatuas así que, consumido por la tristeza, su luz se fue apagando hasta que finalmente, la nochevieja del año en el que una mujer llegó por primera a la presidencia del gobierno de España, murió. Y con su muerte, ocurrió algo asombroso, todas las estatuas que él había creado, se desvanecieron, dejando la isla desprovista de cualquier indicio de vida humana.

Moraleja: la Tramuntana afecta gravemente la salud mental

Dedicado a A, E e I, por ser unos magníficos compañeros de viaje. Y, por supuesto, a Joan Mateus (que no está loco, está jubilado) por proporcionarnos, gracias a su creatividad escultórica, tan buenos ratos en nuestro viaje por Menorca.



¡Miles de gracias C!

1 comentario:

  1. Dios mío!!!!!!!!!!!!!!!! No lo había visto!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Mil gracias por ponerla!! Me encanta!! jajajajajjaja

    Espero que estés bien!!

    muaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaak

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