martes, 15 de marzo de 2011

Érase una vez... (II)


Intrigada, Alicia abrió la puerta. Tras ella se escondía un paisaje que le resultaba extrañamente familiar. El frondoso bosque ocultaba a sus pies un monte verde de aparente tranquilidad. Fascinada por aquel paraje, se dispuso a atravesar el quicio y dejó atrás su hogar.

Aún con la boca abierta, sus brillantes ojos azules no dejaban un centímetro por escudriñar. No obstante, a pesar de aquella belleza natural, había algo que parecía mantenerla conectada al lugar del que procedía. Sin embargo, su respiración pausada y el lento pero continuo latir de su corazón le aportaban aquella paz que hacía tanto que andaba buscando.

Después de la parálisis inicial que sufrió durante unos minutos, dibujó una sonrisa en su cara de porcelana. El color rosado volvió a instalarse en sus mejillas convirtiéndola de nuevo en una tierna muñeca de aspecto frágil. No tardaría mucho en comenzar a dar ligeros saltos recorriendo la verde ladera, con aquella aparente felicidad, como poseída por la griega Deméter. Sin apenas darse cuenta se cruzó con tantos árboles, arbustos y rocas como quepa imaginar. Y saltando pasó un rato hasta que paró de repente como hipnotizada por aquel conejo blanco que pareció quedarse mirándola. Y aunque el cruce animal de sus miradas aparentemente paró el segundero del reloj, lo cierto es que el conejo no tenía ni una gota de tiempo que perder. Alicia entendió al momento que también ella debía encontrar su camino, y cuanto antes...

Subido en un árbol cercano un gato de un color peculiar había sido testigo de tan curiosa escena. Alicia se percató de su presencia, pero a él no parecía importarle demasiado. El felino, con su mirada clavada en las pupilas de la joven, comenzó una coreografía de movimientos que le sugirió que quizás debía seguirlo. “¿Era posible que existiera un gato de ese color?” “¿Adónde iría?” Decidida a seguirle, se aventuró en recónditos caminos y se fundió con el paisaje. La vegetación era cada vez más espesa y los caminos se difuminaban bajo sus pies. Avanzaba como con los ojos vendados, el gato se convirtió en su brújula: su viaje al norte había empezado.

Sus pasos cada vez más largos y rápidos delataban su deseo de llegar pronto. Algo en su interior le decía que estaba cerca. La emoción la embargaba a cada metro que recorría. De repente, el corazón le dio un vuelco. Quizás fue lo inesperado de su aparición o su aspecto estrafalario y ciertamente desenfadado. Ese hombre de llamativo sombrero esbozaba una amplia sonrisa con sus labios y enarcaba las cejas como invitando a Alicia a desviarse de su ruta. Le llamó la atención tan poderosamente que le resultó imposible resistirse a perderse a su lado. Y mientras el gato cruzaba el horizonte, Alicia se quedó con él. El extravagante individuo celebró su encuentro y otros tantos eventos como cabían en su imaginación, por absurdos que parecieran. Alicia, rendida a sus pies, le acompañó en toda esa vorágine de locura sin ninguna lógica. Le divertía observar como con su ironía teñía el cristal con que miraba el mundo, y le provocaba un cosquilleo por dentro que le hacía sentirse viva. Creyó pasar con él mil noches y no recuerda ninguna en que no fuera feliz.

Pero tras una de las innumerables lunas llenas que pasearon por el cielo y la vieron transitar por aquel mundo, decidió continuar con su camino. Guiada por su instinto, sus huellas escribieron su destino. Tras apartar un buen montón de finas ramas, llegó a la cima de monte, donde se abría un claro iluminado por el sol de media tarde. El suave viento tocaba una melodía de dulces notas para sus oídos mientras mecía su melena dorada. Se sintió como la reina de corazones: tenía el mundo bajo sus pies. Aunque no lo creyera, nadie podía disfrutar de aquella privilegiada panorámica más que ella. El sino le había esperado para otorgarle su lugar: un sitio ilegítimamente suyo, pero lícitamente entregado. Un lugar en el centro de un universo blanco e infinito bañado por tantos mares como corazones latiendo al unísono.

Alicia despertó. Aquella noche había dormido durante horas y más horas. Una pesada nostalgia la sorprendió con los primeros rayos de sol. De nuevo había sido secuestrada por aquel sueño de fantasía. La vuelta al mundo real se le antojaba demasiado dura para afrontarla una vez más. Sin embargo, en su interior era inmensamente feliz, ya que su situación era temporal: recordaba a la perfección donde se encontraba aquella puerta, y esta vez no dudaría en cruzarla...


Hoy comparto una canción espectacular de Supersubmarina que se titula tal que así, Supersubmarina:

Llego al sitio y no me aguanto,
sé que tendré el cielo entre mis manos.
Aparento estar tranquilo
y en el fondo sé que estoy temblando...
temblando...

Y voy despacio dando tiempo
a que se acorte entre nosotros el espacio,
despacio.

Esta sensación será mejor calmarla
con un poco de aire,
porque en esta asignatura llevo ya más de
un su, su, su, su, su...
un su, su, su, su, su, suspenso.

Si te, si te, si te sirve de algo
que note, note, note que has llegado.
Que note que estarás siempre a mi lado,
yo mientras seguiré aquí sentado.

Y ahora que te veo noto
que me estoy separando del suelo...
del suelo...
Y flotando entre la gente
inconsciente voy hasta tu encuentro...
tu encuentro...

Lentamente mi planeta se hace etéreo,
viajo a un mundo en el que
no existe otra cosa que no sea, ¡oh!
Su, su, su, su, su, su,
su, su, su, su, su, su cuerpo.

Si te, si te, si te sirve de algo
que note, note, note que has llegado.
Que note que estarás siempre a mi lado,
yo mientras seguiré aquí sentado.

Que note que estarás siempre a mi lado.
Yo mientras seguiré aquí sentado.

Como su, su, su, su, su, su...
su, su, su, su, su, suspenso.
Suspenso

Su, su, su, su, su, su,
su, su, su, su, su, su cuerpo.
Su cuerpo.

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