martes, 10 de agosto de 2010

Encerrado en el cristal


En aquella casa de muñecas, la vida no podía ser más feliz. Aunque tenían sus altibajos, la familia vivía con la seguridad de que su mundo se asentaba fuertemente sobre su base. Las anecdóticas discusiones sólo servían para unir más fuertemente a sus miembros y los momentos de paz eran la constante rutina en que estaban inmersos.

El padre de familia trabajaba en el centro de la ciudad. Su impecable coche le llevaba raudo a su oficina, en una ciudad sin atascos y sin horas puntas. Su jornada laboral acababa al mediodía, momento en que regresaba a casa donde le esperaba su mujer con un suculento almuerzo que había preparado con todo el esmero que cabía esperar de ella. La madre vivía como quería hacerlo: se sentía bien cuidando su hogar y mimando a sus hijos, y se sentía muy complacida cuando su marido y ella salían a pasear por su idílico vecindario de casas de colores.

Los hijos no eran menos acordes con la situación: la primogénita estudiaba en la universidad avalada con una importante beca mientras que su hermano acababa los estudios secundarios. Ambos se encontraban rodeados de un sano grupo de amistades con los que compartían las más variopintas experiencias, desde organizar una barbacoa en el jardín hasta jugar la más interesante de las partidas de bolos.

Todo parecía perfecto.

Pero un día, uno de tantos, el feliz matrimonio, sin apenas darse cuenta, alargó el ya tradicional paseo de las tardes más de lo habitual. La conversación era tan interesante que no se dieron cuenta de que hacía rato que habían abandonado el vecindario y se habían adentrado en un bosque desconocido para ellos. Cuando se dieron cuenta, algo nuevo afloró de su interior, algo extraño y que les provocaba un cierto cosquilleo en la barriga: la curiosidad. Ésta fue la que les impulsó a continuar caminando para explorar aquel lugar diferente.

Lo más inquietante fue lo que sucedió al poco rato de seguir caminando. Sus narices toparon con una gran cúpula de cristal que parecía envolver su mundo perfecto. Se quedaron mirando a través de tan grandiosa pared, atónitos y casi sin pestañear. Ahí fuera había otro mundo, había un más allá cuya existencia ignoraban hasta entonces. Era un mundo de aventura, de riesgos, de azares del destino, de sorpresas. De todo aquello que jamás habían experimentado. Extrañas emociones recorrieron todo su cuerpo y se alojaron en su cabeza.

Y se dieron cuenta de que su pequeña ciudad se desmoronaba a una velocidad de espanto. Se dieron cuenta de que su felicidad era ficticia, estaba pintada en un cuadro de colores apagados colgado frente al televisor. Su corazón ardía por sentir una nueva vida, una vida real, alejada de todo aquello etiquetado como perfecto. La adrenalina corrió por primera vez por sus venas. ¿De qué servía vivir estancados en una realidad paralela sin sentimientos?

Decidieron romper el cristal. La vida les esperaba. La vida de las emociones, de los riesgos, de las sorpresas y de las aventuras. La perfección no existía. Equivocarse significaría aprender algo nuevo, caerse significaría volverse a levantar y tomar un camino erróneo sería el mejor modo de encontrar un atajo. Sentir sería la mejor recompensa.

Y vivir... vivir era la oportunidad que tanto tiempo habían estado esperando.

1 comentario:

  1. Y colorín colorado este cuento se ha acabado...
    Buenas noches mr.ciencia ;-)

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