martes, 17 de mayo de 2011

Escarlata


Escarlata eran mis zapatillas nuevas. Después de una ducha para despertarme, ponérmelas fue el paso previo a salir cargado con mi mochila a disfrutar de un nuevo sábado. El volante en las manos y el pie en el acelerador, el sol ha decidido mostrarse esplendoroso. Las gafas de sol son imprescindibles en esta mañana de calor.

Escarlata era el estampado de aquel pañuelo, que rodeaba el cuello protegiéndolo del tímido viento de la ciudad. No tardaría, sin embargo, en empezar a ondear dentro del coche en sentido contrario a nuestra marcha. Fue testigo de aquellos kilómetros que nos separaban de la gran ciudad i que fueron la distancia necesaria para desconectarnos de la realidad.

Escarlata era la vela de aquel barco que acariciaba el horizonte. Con un mar azul en calma y el resplandor solar reflejándose en su arena, la playa fue el refugio al fuego cruzado de la semana. Estirado sobre la toalla, y con el ruido de las olas de fondo, los minutos pasaron con presteza.

Escarlata era el mango derecho de una cometa. Una cometa que decidió surcar un cielo claro y sereno, dejándonos en tierra como hipnotizados con su movimiento. Cortó el viento a su antojo y se hizo visible para tanto cuantos estuvieron cerca. A decir verdad, todos la envidiamos un poco. Más alta que nadie, su única preocupación consistía en dejarse llevar. ¿Dónde nos llevaría el viento? La gravedad es a veces cruel y nos ata fuertemente al suelo.

Escarlata era aquel gambón, o lo que quiera que fuera. Mi interés por estos animales es demasiado escaso como para elogiar su existencia o su costumbre mediterránea de aparecer en ciertos platos casi por sorpresa. Mejor es dejarlo donde está. No quisiera enfadar a Neptuno insultando a sus criaturas...

Escarlata era el cartel luminoso de aquel aparcamiento privado indicando que estaba “Completo”. Mala suerte. Ni el cielo fue capaz de mantener la compostura y se puso a llorar. Y el día celeste que amaneció se transformó en gris. Pero mis retinas no fueron capaces de notar la diferencia y siguió luciendo el sol. Mi realidad seguía teñida de azul.

Escarlata era el ovillo de lana que puso en mis manos el azar. Aunque el que arrojé al vacío fusionándose en una tela de araña de tantos colores fue verde. La ciencia puede teñirse de tantos colores como existen. Y el arte se camufló en ella ingeniosamente, tentando al intelecto a participar en aquel enrevesado juego de verdades y falacias.

Escarlata es un día, un momento y un lugar. Y seguro que todos vosotros habéis vivido uno de ellos...


Para todos aquellos que hace tiempo que no vivís uno de esos días, para aquellos que estáis sufriendo y para los que necesitáis un respiro: esta canción es para vosotros. Maldita dulzura, del nuevo CD de Vetusta Morla (¡más que recomendable!).

Hablemos de ruina y espina,
hablemos de polvo y herida.
De mi miedo a las alturas;
lo que quieras, pero hablemos
de todo menos del tiempo
que se escurre entre los dedos.


Hablemos para no oírnos,
bebamos para no vernos.
Que hablando pasan los días
que nos quedan para irnos,
yo al bucle de tu olvido,
tú al redil de mis instintos.

Maldita dulzura la tuya.
Maldita dulzura la tuya.
Maldita dulzura la tuya.


Me hablas de ruina y espina,
me clavas el polvo en la herida.
Me culpas de las alturas
que ves desde tus zapatos.

No quieres hablar del tiempo
aunque esté de nuestro lado.

Y hablas para no oírme,
y bebes para no verme.
Y yo callo, río y bebo;
no doy tregua ni consuelo.
No es por maldad, lo juro,

es que me divierte el juego.

Maldita dulzura la mía.
Maldita dulzura la mía.
Maldita dulzura la mía.

Maldita dulzura la nuestra.

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